miércoles, 18 de febrero de 2009

Colón habla polaco


A media tarde, las calles de Palos de la Frontera, cuna del descubrimiento de América, parece Varsovia. Cientos de chicas polacas, rubias y espigadas como el trigo, llenan las aceras, hacen cola en los cajeros automáticos y compran en los supermercados. Es la hora de la siesta y los palermos dormitan en el interior de sus casas, mientras su pueblo es literalmente invadido por una muchedumbre de inmigrantes entre los que destacan las polacas.

El fresón de Huelva se estaba haciendo famoso en Europa. Miles de toneladas salían cada madrugada en camiones frigoríficos hacia los mercados de las ciudades del norte, aún ateridas por los fríos invernales. Ya en Enero, incluso para Nochebuena, las fresas pintan de rojo los túneles de plástico, y así hasta el verano. Una larga temporada que requiere mucha mano de obra para un producto que no tiene espera.

En la pasada temporada, quedaron sin recoger muchos kilos de fresa por falta de mano de obra. Los inmigrantes, que se saben al dedillo el calendario de la agricultura temprana, van de un lado a otro buscando las producciones más seguras y los salarios más altos. Francisco Jiménez, el presidente de la cooperativa fresera de Palos, afirma que los empresarios no quieren correr riesgos en esta temporada, así que decidieron contratar en origen a un contingente de trabajadores que les asegurara la recogida. Al final, siete mil chicas polacas se embarcaron en una flota de autobuses y recorrieron media Europa hasta llegar a los campos onubenses. En su contrato, todo está milimétricamente previsto: los viajes, los alojamientos, los seguros y el salario, entre 27 y 30 euros por día, que cobran quincenalmente.

Para muchos magrebíes, las polacas sólo les han traído el infortunio. Han ocupado muchos puestos de trabajo que antes eran suyos. Ni siquiera haber regularizado su situación en España les ha librado del paro forzoso. Ahora los hay que tienen papeles, pero vagan por las carreteras y por las plazas esperando el momento álgido de la cosecha para, al menos, no regresar a sus países con las manos vacías. Mientras tanto, viven en chabolas construidas con plásticos de desecho, comparten lo poco que tienen y hacen cola en la puerta de la Cruz Roja para recoger un paquete de alimentos.

Por la ventana abierta, se cuela el aire cálido de una tarde de mayo que ya huele a verano. También me llegan los ecos extraños, casi laberínticos, del cherjan. Los ecuatorianos, que tienen fama de honestos, dóciles y agradecidos, caminan en parejas, enlazando sus manos. La plaza es un hervidero de cabezas rubias, de cuerpos esculturales, de caras jóvenes en las que ha dejado su señal sonrosada el sol de Andalucía.
Atrás se queda Palos, capital de una Polonia andaluza, que hace su agosto rojo cada invierno y cada primavera. Entro en Moguer y compro pasteles en este pueblo donde nación el Nobel Juan Ramón Jiménez. De pronto la pastelería, que también es panadería, se llena de magrebíes, y la mirada de la pastelera se clava en ellos como un rejón. La tarde ya va de paso. A lo lejos se adivina la estatua de Colón, con la mirada fija hacia Occidente. Y el aire que los envuelve, tiznado y acre, sabe a azufre.
Un ejército de chimeneas es el telón de fondo de un mar de plástico en el que los desheredados de todos los mundos esperan el día siguiente.

2 comentarios:

  1. No tenía ni idea de que escribías así. Me ha encantado.
    ¡Me declaro fan de tuya!
    Besos desde Almonte.

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  2. gracias guapa! siempre me ha gustado escribir pero nunca he tenido tiempo. Ahora he decidido dedicar un ratito cada día, gracias por hacerte mi fan! un beso enorme.

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